(*) Este artículo fue publicado en el número 56 de la revista El Muso (junio 2017).
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Emprendía un viaje de ida, sin boleto de vuelta, a un lugar que
para mucha gente era una simple línea imaginaria, pero que para mí se convirtió
luego en uno de los países más hermosos y maravillosamente diversos que he conocido.
Mi entusiasmo por la docencia se había ido diluyendo a la
vez que habían ido creciendo las agresiones a nuestra escuela pública, a pesar
de una lucha agotadora pero enriquecedora, mi entorno cotidiano (mi barrio, mi
ciudad, mi país) se había deteriorado después de continuados años de pérdidas
de derechos sociales y laborales. Esta confrontación desigual en la búsqueda de
una sociedad que situara a las personas en el centro y no al capital, terminó
por agotarme, y en ese momento sentí cómo el país conseguía expulsarnos, a unas
por asfixia económica, y a otras por asfixia moral. Para recuperar aliento,
alegría, motivación… volé hacia un pedazo de tierra que había vivido también
los estragos de las recetas neoliberales bajo gobiernos corruptos e indecentes
a principios de siglo, y que en su momento, también había empujado a sus ciudadanos a migrar en busca
de un mejor futuro (casi medio millón arribó a nuestro país). Quince años
después de aquel hecho, iniciaba el viaje inverso para comprobar el milagro de
recuperación de la “Revolución Ciudadana” que, a pesar de sus dificultades y
errores, es imposible negar.
Son 10.000 km los que separan España y Ecuador, pero son muchos
los lazos históricos que nos unen a pesar de iniciarse de forma tan sangrienta
allá por el siglo XVI. Es un país de pequeño tamaño si lo comparamos con sus
vecinos sudamericanos, aunque cargado de una riqueza cultural, geográfica y
biológica que lo engrandece.
Sin embargo, pese a la existencia de una importante comunidad
ecuatoriana en nuestra sociedad, Ecuador es para nosotros un gran desconocido,
lo que corroboré cuando a mi partida todo el mundo me recordaba que no olvidase
incorporar el bañador, la toalla y las camisas hawaianas en la mochila, como si
del Caribe se tratase. Nada más lejos de la realidad.
Mientras el avión cruzaba el Atlántico y ganaba husos
horarios, me acercaba cada vez más a mi sueño de vivir en “La América” (la del
Sur) y no sólo a transitarla como en otras ocasiones había sucedido.
Ecuador está bañado por las aguas del Pacífico y la espina
dorsal andina lo divide de norte a sur, dejando para el occidente la exuberante
costa y para el oriente la más aún exuberante Amazonía. Pensar que en un país
de casi 300.000 kilómetros cuadrados (
partes de la superficie de España -ver
utilidad de las mates-), puedes caminar solitarias playas cercadas por el verde
de las palmas y el mangle mientras disfrutas del avistamiento de ballenas
jorobadas, ascender hermosos volcanes por encima de los 5000m con nieves
perpetuas, o navegar por la cuenca del Amazonas
a la vez que trinan tucanes, aúllan monos o sigilosamente se acercan el caimán la
anaconda o el jaguar, es simplemente emoción en mayúsculas.
Descubrir
y apreciar tal diversidad ha sido un regalo, lo fue observar el volcán
Chimborazo, punto más alejado del centro de la tierra o más cercano al sol (ver
utilidad de la geografía avanzada); lo fue comprobar que en los Andes el punto
de ebullición del agua varía (ver utilidad de la física ) y hubiera que cambiar
la regla del 2x1 para que no se pasara el arroz; o lo fue observar cómo la
referencia de la estrella polar desaparecía en favor de la cruz del sur (más
mates y física).
Al igual que en España, existe un Ecuador continental y otro
insular, con islas que tampoco caben a escala en los libros de texto y
necesitan de ese cuadradito en el margen inferior (como las Canarias). El
archipiélago de las Galápagos se encuentra a casi 1000km del continente,
acercándose lentamente a tierra firme gracias a la tectónica de placas, y
multiplicándose en su extremo occidental debido al punto caliente sobre el que
se encuentra. Es un lugar endémico y hermoso como pocos, donde la relación con
su fauna llega a intimidades insospechadas, por lo que es entendible que
hiciera las delicias de Darwin y colaborase necesariamente en El Origen de las
Especies.
En definitiva, cada uno de los kilómetros
cuadrados de este país son un homenajea a la biología, a la geología, a la
geografía, a la física y las matemáticas y de manera destacada a la
antropología, así como al arte de la fotografía.
Ecuador ha sido mi país por casi tres años, fuente de
trabajo docente, de aprender y encontrar
el buen vivir, y sobre todo de inspiración. Y ahora, ya de vuelta, lo siento
como mi segunda casa y sobre todo siento que ha marcado un antes y un después.
Es un país hermoso, de gente humilde y cálida, que migraron
para estar a nuestro lado aunque nos son invisibles, y
que con estas pocas líneas he querido homenajear y expresarles mi gratitud. Y para
seguir agradeciendo las oportunidades que la vida te brinda y no dejas escapar,
me pregunto:
¿Será posible que el curso que viene haya musos y musas que traspasen
esas fronteras humanas que nos impiden aprender y disfrutar?
¿Será posible que musas y musos lleguen a poner un pie en
esa línea que nos divide geográficamente y algo más, en norte y sur?
¿Será posible que musas y musos visiten la Amazonía?
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